2/10/2013

CALLEJUELAS DEL SILENCIO CON LA FLACA, Fáber Agudelo


Soy una mala lectora. Tengo un alto déficit de atención. Mi memoria es absurda y todo lo olvido. Aunque en ciertas ocasiones, nada de esto es cierto.

Este libro causó algo diferente en mí. Y de entrada acepto ciertas cosas. Lo empecé a leer en un viaje, iba en el carro no sé hacia donde con mi familia y yo quería leer, se supone que no se debe hacer en un auto en movimiento pero igual lo hice. Puede que esta decisión fuera lo que condicionaría mi interacción con él: en lugares incorrectos. Pero también pienso que eso mismo fue lo que le dio el valor que tiene en este momento para mí, unas páginas abarrotadas de verdades, sensaciones, circunstancias que no por nada me movieron hasta el pensamiento más ignorado en ese rinconcito en el centro del pecho que no es el corazón y que siente todo cuanto hacemos en la vida.

Recuerdo perfectamente el sitio en el que más lo leí y en el que me obsesione un poco. Estaba en ese bar y eran más o menos las cuatro de la tarde, se supone que debería estar haciendo algo distinto pero leía ahí, parada, con un lápiz al lado –lo acepto, he profanado sus páginas escribiendo pensamientos sueltos sobre ellas, cosas a las que me remite, un poco para no olvidar lo que despertó, también tengo subrayados pensamientos encontrados, que sin duda, dicen lo que yo siento– yo leía y volvía a leer de nuevo, lo comentaba con mi mejor amiga, discutíamos el poder de cada frase; cada relación, la manera tan ingeniosa de llevarnos de una cosa a la otra, porque para saber llevar se necesita ingenio y tacto, pero no de ese que pensamos –de decir las cosas maquilladas para que no duelan tanto, no, de eso no tienen nada y es lo que más me agrada– es un tacto que lleva el ritmo arrítmico de cualquier creación sincera, porque se siente, se puede tocar con las manos. Pasé todo ese fin de semana leyendo en lugar de cumplir con mis labores, lo positivo era que cuando la luz se iba podía realizarlas, mi ceguera es majestuosa. Después de eso, algo me hizo dejarlo. Pasaron al menos dos semanas sin que por equivocación tomara el libro y me sentara a leer, o me parara a leer o durmiera con él. Simplemente no podía. Y era lo mejor. Al momento de volverlo a tomar, dos madrugadas en las que no salí de mi cuarto hasta terminarlo, fue maravilloso; es que no era el momento, me decía, no era mí momento con la flaca, la mujer ballena y Hortensia, todo tiene su instante mágico y el mío no se habría consagrado de haber sido más cabeza dura de lo que soy. Incluso escribir esto me llevo más tiempo del que jamás me habría permitido –porque cumplo con lo que digo y dije que lo entregaría “a tiempo”– no me obligo a escribir, las letras, como cada minúscula cantidad de energía, son libres. Mis dedos hablan cuando así lo desean, aunque puede que los quiera obligar a ratos; dejé de comer, dormir y tantas fueron las creativas pesadillas en las que veo una hoja en blanco y me bloqueo… Como tantas otras veces… pero mi obsesión no es la que condiciona mi deseo de expresar cosas.


Cada una de las partes de este libro me conmovió. Me sentí la flaca; yo estaba ahí acompañándolo en esa acera buscando cigarrillos y tomando tinto, mirándolo contarme las historias de pensamientos aleatorios, viendo la vida que relataba, que vivía y contemplaba a diario sin importar lo que pasara; la sentía, le dolía lo que veía; a nadie al parecer le importa o hace algo para salir de ese conformismo ciego en el que con dos vueltas que les dan, es suficiente para contentar angustias. A veces fui él leyendo lo que pienso, porque yo pienso así, todos lo hacemos, es lo natural. Pensamos de forma desordenada, meditando mucho –cuando lo hacemos en realidad–. Es un chorro de ideas, de sensaciones mirando de frente la realidad. Viví dos madrugadas esas calles, amé y odie las aceras y a la flaca, sentí odio, pasión, alegría, tristeza, sobre todo tristeza; fue un viaje al que me llevó Fáber sin premeditarlo. No sé cuál habría sido su intención, o si no tenía intención alguna y eso ya, en sí mismo, significa una intención: la intención de no tener una intención aparentemente clara, no una que el lector pueda develar, desentrañar, arrancar de las páginas y burlarse de ella. Es que eso es lo que hace este libro, provoca, incita a dejar a un lado tantas cuestiones trascendentales que nos armamos en la mirada para que veamos lo que está de frente, lo que nos gusta ignorar, lo que evitamos por miedo, por pereza, por simple apatía a la verdad; el afán de vivir en el más allá, de sentir el futuro, de hablar mal del presente por no entenderlo, de no tener en cuenta el pasado y entorno porque ya se volvió paisaje, ya no importa “lo que pasó, pasó, no hay vuelta atrás” o tan solo “vivamos el momento, somos jóvenes y estamos vivos”. Pamplinas. No nos detenemos a vivir, a sentir lo que pasa ahora desde las entrañas. Que cuando duela, duela de verdad y cuando amemos lo hagamos hasta perder la cabeza; no nos preocupa lo que debería preocuparnos si es que algo debería hacerlo. Somos ajenos a nosotros mismos y callejuelas me dio unas cuantas cachetadas, me tiró al vacío y me esperó desde abajo viendo derrumbarme mientras lo decía pasitico.

Puede que todo fuera cosa del momento en el que lo leí, las circunstancias rondantes de mi mente o el clima, pero significó muchas cosas que son difíciles de exponer. Cuando te hablan con tanta entrega, con la sinceridad como carta de presentación, es difícil no escuchar atentamente. Mucho después de leerlo y antes de concluir este escrito, soñé con esas letras. Fui de nuevo cada personaje y sus palabra se repetía una y otra vez recitando versos que no sé de donde surgieron pero me invadieron toda.

Y al final, puede que en realidad nunca logre entender la esencia del texto, puede que como en muchas ocasiones y como en todos los casos, interpretara a mi parecer lo que allí decía; acomodé cada cosa a mis intenciones, busque las respuestas que necesitaba y la tranquilidad llegó.

Caos y calma, como siempre debe ser, esto es y será callejuelas del silencio con la flaca para mí. 

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