8/27/2011

Nosotros; él y yo.

Últimamente nos escribimos correos. Tal vez -un poco- tratando de no perder una conexión que existió y fue bonita. Pero no era más que eso. Se sentía como tener un amigo imaginario plagado de recuerdos que con los días se hicieron meras imaginaciones y al final no se distinguían horarios, tiempos, espacios y (pero) de nuevo era mi amigo imaginario.

Hace dos años no nos vemos. No sabemos cómo está el uno o el otro, sabemos lo que pasa por nuestras vidas; nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestras metas más íntimas, detalles jamás revelados; desconocemos nuestras miradas, la postura de los hombros, el ancho de la espalda, la sonrisa que encantaba y así respondemos. Porque pasan meses sin recibir una postal, sin llegar una carta al buzón y no se siente extraño. Un poco al inicio, pero se hizo normal. No puedes obligar a alguien imaginario; alguien que creaste por la necesidad que exige la nostalgia, por eso de apegarnos a cosas, de magnificarlas, de crearles importancia pero que funcionan más como un apéndice.

La última carta fue corta, algo así como "respirar profundo para continuar, ojalá fuera a empezar de nuevo" y me asusté. ¿Empezar de nuevo? Yo no soy su amiga imaginaria.

8/07/2011

<(`-´)>

Se va diluyendo poco a poco eso que reconocía como reflejo, como la sombra que me rodeaba y regocijaba en soledades ya plagada de desconocidos que se creen amigos y se acercan lo suficiente para no perder un segundo mis tropiezos. 

Lo familiar pierde sentido, valor y creer lo utópico, lo onírico se siente vivo, mucho más real que lo vendido por internet. Ruedan gota, ruedan cargadas de amargura y tristeza por abandonar al espejo que día a día había alimentado y cuidado para, como mínimo, no perder la sana costumbre de ser sincera con mí ser, con ese del que no me puedo desprender y me ata a tantas abrumadoras sensaciones ficticias de gente superflua y amarilla. No voy más, no de esa manera; se atora un remolino de fantasías en un sinfín de limitaciones con las metas e ilusiones de algo que sólo podría soñar un lunático, siendo los lunáticos tan poco crédulos como la iglesia, su plebe y la amistad.

Me quedo sin aire, sin alientos, sin motivos para pelear contra esas ideas retorcidas de vivir como se debe, de hacer lo que se dice y de pensar en son de ello. Duele desde adentro. Como una pequeña llama titilante en la oscuridad que ni viento o chaparrón han podido apagar, ella tan pequeña y frágil aparentemente pero tan clara en su propósito que ni el más malvado de los seres ha conseguido acabar. Ya no soy esa llama, ya no me siente indestructible, inalterable, intocable; lo lograron, el propósito con las peores armas, las que duelen de verdad, las que no hacen daño físico porque atacan allí, donde nadie había llegado pero imprudente dejé entrar. Adentro, muy adentro.

No acepto ni quiero una gota más, no en mis labios; no más tachones en lo que reconocía en la penumbra, no más evasivas a situaciones prolongadas por excusas que pierden el horizonte. ¡No más!