1/20/2010

Néctar de mortales

Calderos de pasión, de deseo, de lujuria… en una noche de luna llena, Las ardientes llamas armonizadas con la brisa caribeña completaban el ambiente perfecto para la ocasión, el momento y lugar para ella.

Su cuerpo perfectamente concebido por el destino era controlado por la naturaleza, esa noche los tambores le rebelarían una verdad absoluta y confusa para su corta comprensión. Empieza el festejo, suena esa vibrante melodía llena de vida y misterio que no se puede controlar.

Ella comienza a sentirse ajena, distante y presente al mismo tiempo, en ella y fuera de sí, la dualidad se apodera del razonamiento. Sus caderas no pueden mas que hacer lo que saben hacer. La brisa comienza una danza oculta en su vientre; comienza suave, lentamente de un lado a otro casi imperceptible, es lento, es rítmico, armonioso, hionótico.
Los sentidos se agudizan, el entorno carece de sentido e importancia en el momento. Cierra sus grandes y profundos ojos, mil cosas pasan en su mente que la poseen y la llevan a un trance de sensaciones. Siente su respiración agitada pero constante; como entra el aire y recorre cada parte de su cuerpo, como pasa por cada pequeño centímetro de su ser y vuelve a salir de ella dejándole un vacío que en pocos segundos vuelve a ser habitado. Los latidos de su corazón hacen juego con el resonar de los tambores, ella lo sabe, ella los siente, BOM BOM BOM! Es delicioso, es placentero pero confuso y sin tiempo de ser pensado, todo va muy rápido.
Su cuerpo empieza a subir de temperatura, ya no es ella quien controla la situación, es la música en ella la que habla, está en cada parte de su cuerpo, entra por cada uno de sus dedos, por cada uno de sus minúsculos poros y ya no puede hacer nada, la controla la pasión que se desata en su interior.
Su mente comienza a agotarse, ya son horas de ese fascinante momento; el tiempo al parecer no está de su lado e insiste en hacer un poco más larga toda esa excitante situación; el sudor de su frente y en su espalda se desliza por su espina dorsal recorriendo su esbelta silueta, el viento la acaricia y aleja de ella cualquier residuo que irrumpa su perfección.

Nada entiende pero no le importa.

No sabe cuanto tiempo pueda seguir soportarlo tanta intensidad, tanto voltaje, tanta carga magnética en sí, pero por ahora, se dejará llevar por lo que siente y no por lo que piensa, saboreando cada sorbo, cada pedazo de ese néctar que mas de dioses fue dado a los mortales para sobrellevar el castigo por aquellos descomunales impulsos.


F.