1/07/2011

Roxanne

Roxanne está en el balcón sentada en una vieja silla de madera ya trajinada por los años y la implacable naturaleza; está inmóvil, casi sin vida, en la que fue la desgastada mecedora de su abuela materna, una mujer calculadora y mordaz, que en noches de luna nueva, le contaba a su pequeña y única nieta historias que pudieron no ser tan ciertas sobre un ser que juró perseguiría a toda su familia, y la atormentaría hasta después de la muerte. Roxanne nunca entendió lo que decía su abuela pero siempre le dio escalofrío escucharla hablar, incluso al recordarla.

Roxanne observa detenidamente como el viento juguetea con las hojas que van cayendo de los árboles empezando el otoño. Se balancea hacia delante y hacia atrás revolviendo ideas que se arremolinan en su desorientada cabeza. De la nada, un nombre se detuvo en su semblante y unos siniestros ojos la indagaron pieza por pieza. Su corazón se contrajo, un pequeño nudo se ató en su garganta, los músculos del cuello y la espalda se tensaron, las pantorrillas le cascabeleaban con rudeza y una gota de sudor bajaba despacio desde la coronilla hasta el final de la espina dorsal. Tragó saliva con total suavidad para que ellos no se percataran de lo nerviosa que se encontraba, era un encuentro que no esperaba tener y no deseaba que sucediera en ese preciso instante, prefería despejar otras cuestiones a tener que ver aquellos ojos. 

Un leve susurro detrás de su oreja la sobresaltó y profirió un grito ahogado que sólo ella fue capaz de advertir...




Su pulso iba cada vez más rápido y esos ojos comenzaban a amenazarla en medio de la penumbra. Roxanne sentía que el aire se le iba y que en cualquier momento iba a suceder… El viento se volvió caudaloso y las hojas se detuvieron en el aire como si el tiempo no existiese, la gravedad parecía una teoría más. Los ojos fueron acercándose a su rostro y saborearon lentamente el néctar de su cuerpo joven aún. El aire se enrareció y el hedor mareaba la conciencia de Roxanne. 

El remolino de ideas iba cada vez más rápido. Se alineaban nombres y más nombres en su mente con rostros que no concordaban. La desesperación iba alterando los recuerdos que albergaban su memoria y no quería recordar ni olvidar.





Roxanne no dormía bien desde hace unas cuantas noches, por esa época, la luna estaba próxima a cambiar de fase y sería luna nueva; lo que significaba soportar incómodas pesadillas. Prefería pasar la noche divagando en la mecedora de su abuela, mirando hacia la nada, leyendo poesías mientras hallaba un lugar seguro en su cabeza para soñar con su amado.

Él era tan utópico como la felicidad. Confería acciones celestiales, a lo mejor de un ser demoniaco que estaría confabulado con la nebulosa oscuridad para hacerle enloquecer de tristeza cada que despertase de su profundo meditar. Sus manos, su sonrisa, su cabello perfumado y una nariz chata; ello era lo poco que se le permitía recordar pero era suficiente para desear volver a aquél lugar. Lo malo, era que él no había llegado al encuentro durante las últimas noches, como si le temiera a la oscuridad que la rodeaba afuera y se dejara dominar por el temor. Roxanne necesitaba esos encuentros para poder conciliar el sueño, no lograba descansar ni dormir rápidamente si él no dejaba una pista en su camino.




Los ojos continuaban fascinados y amenazantes con la débil humanidad de Roxanne. Pensar en su amado hizo que los nervios disminuyeran un poco, pero sentirlos tan cerca, hacía que se le calaran los huesos. Un susurro se escuchaba a lo lejos y se le hizo familiar, trato de calmar su corazón y llevar su mente a otro lado escuchando atenta. Los ojos entendieron lo que ella pretendía  y no la dejarían escapar; sin darle aviso, acabaron con todo ello.



F.