4/16/2011

Era cierto, ya no le pesaban tanto; el jabón no molestaba cuando lavaba sus manos, los hombros estaban ligeros, no había tensión en su cuello y todo se sentía como cuando no había aparecido en su camino. Sin embargo, el vacío era innegable. ¿Ahora qué hacer en los momentos en los que la rutina poseía y estaba todo dicho? El tedio era insoportable y abrumador. 

Como los inicios, era irremediable y sin posibilidad de cambiar la marcha; no había poder sobre natural que hiciera que las manos se sintieran de nuevo más grandes que el resto de su cuerpo, o que la soga que colgaba sobre el cuello se cerrara poco a poco cada segundo añadido a la espera de la muerte final y definitiva.

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